Doooos pa-neciiiii-llosss yuuuuu-na cremoooooo-na
Doooos pa-neciiiii-llosss yuuuuu-na cremoooooo-na
Iba cantando y saltando por la segunda cuadra cuando se dio cuenta de que no se oía cantar. Estaba cantando, pero sus oídos no lo percibían.
"¡¡Me quedé sorda!!" - pensó aterrorizada, pero pronto un camión pasó a su lado aturdiéndole con el ruido a chatarra que emanaba del motor.
"¡¡Me quedé muda!!" Concluyó, no menos aterrorizada. Los ojos se le llenaron de lágrimas: Una cantante famosa, muda. Ella no conocía cantantes famosas y mudas. Su vida estaba completamente arruinada.
"No puede ser... ¡¡¡es una pesadilla!!!" - gritó. Sus oídos nada percibieron, pero dos palomas que estaban arruyando cerca de sus pies huyeron despavoridas. Inmediatamente, se acercó a un gato que estaba en la esquina de la acera y lo llamó: "Gatito, mishi mishi mishiiii". El gato, primero se agazapó, abrió bien sus ojos amarillos, y en cuanto la nin{a comenzó a llamarlo nuevamente, escapó corriendo a resguardarse bajo un árbol.
"No entiendo qué me está ocurriendo. Todos me oyen y yo no me oigo. Lo peor es que nadie se dará cuenta lo que me ocurre. Nadie me creerá" -pensó. Pero ese pensamiento no llegó a su cabeza. La cabeza estaba como desconectada.
Su cuerpo, poco a poco, se estaba independizando de su mente y de sus sensaciones. No tardó, entonces, la vista en alejarse, y darse media vuelta. Miró. Allí estaba ese cuerpo, que tantas veces había observado a través de mil espejos, allí estaba ahora, directamente ante su propia mirada. Y veía el cuerpo de una niña, con aspecto pálido y aterrorizado, agitando sus brazos y manos para todos lados, tratando de localizar algo a lo que aferrarse, porque claro, esos ojos ya nada veían, y esos brazos que chocaban con torpeza contra el árbol nada transmitían al cuerpo, que seguían tratando de hallar un lugar, un punto de partida.
El sistema auditivo, también exiliado del cuerpo, captaba los alaridos incomprensibles que despedía por la garganta, mientras la vista veía cómo la boca se cerraba fuertemente contra la propia lengua, que ya comenzaba a sangrar, casi tanto como sus manos sangraban de tanto rasgar el árbol con las uñas, sin siquiera saberlo. Las piernas de la niña, vencidas, chocaban contra el suelo sin pensar, sin sentir lo que estaba ocurriendo, un cuerpo alocado que no dejaba de tumbarse y retorcerse, que ya estaba empezando a rodearse por los vecinos preocupados, y la sirena de la ambulancia, y los gritos de la madre que ella podía oír perfectamente aunque sólo para pensar, sólo para pensar en lo que podría suceder de aquí en más, y sentir desde lejos, pero para nada más.