jueves, 6 de noviembre de 2008

Del espantoso episodio del que fue protagonista una niña mientras iba camino a una panadería

Dos panecillos y una cremona para la tarde. ¿Cómo recordar todo esto durante las tres cuadras hasta la panadería? La pequeña niña eligió la idea que le pareció más divertida, y que más le gustaba, como no podía dejar de ser para una futura cantante famosa: Iría cantándolo al ritmo de su canción favorita.
Doooos pa-neciiiii-llosss yuuuuu-na cremoooooo-na
Doooos pa-neciiiii-llosss yuuuuu-na cremoooooo-na
Iba cantando y saltando por la segunda cuadra cuando se dio cuenta de que no se oía cantar. Estaba cantando, pero sus oídos no lo percibían.
"¡¡Me quedé sorda!!" - pensó aterrorizada, pero pronto un camión pasó a su lado aturdiéndole con el ruido a chatarra que emanaba del motor.
"¡¡Me quedé muda!!" Concluyó, no menos aterrorizada. Los ojos se le llenaron de lágrimas: Una cantante famosa, muda. Ella no conocía cantantes famosas y mudas. Su vida estaba completamente arruinada.
"No puede ser... ¡¡¡es una pesadilla!!!" - gritó. Sus oídos nada percibieron, pero dos palomas que estaban arruyando cerca de sus pies huyeron despavoridas. Inmediatamente, se acercó a un gato que estaba en la esquina de la acera y lo llamó: "Gatito, mishi mishi mishiiii". El gato, primero se agazapó, abrió bien sus ojos amarillos, y en cuanto la nin{a comenzó a llamarlo nuevamente, escapó corriendo a resguardarse bajo un árbol. 
"No entiendo qué me está ocurriendo. Todos me oyen y yo no me oigo. Lo peor es que nadie se dará cuenta lo que me ocurre. Nadie me creerá" -pensó. Pero ese pensamiento no llegó a su cabeza. La cabeza estaba como desconectada. 
Su cuerpo, poco a poco, se estaba independizando de su mente y de sus sensaciones. No tardó, entonces, la vista en alejarse, y darse media vuelta. Miró. Allí estaba ese cuerpo, que tantas veces había observado a través de mil espejos, allí estaba ahora, directamente ante su propia mirada. Y veía el cuerpo de una niña, con aspecto pálido y aterrorizado, agitando sus brazos y manos para todos lados, tratando de localizar algo a lo que aferrarse, porque claro, esos ojos ya nada veían, y esos brazos que chocaban con torpeza contra el árbol nada transmitían al cuerpo, que seguían tratando de hallar un lugar, un punto de partida. 
El sistema auditivo, también exiliado del cuerpo, captaba los alaridos incomprensibles que despedía por la garganta, mientras la vista veía cómo la boca se cerraba fuertemente contra la propia lengua, que ya comenzaba a sangrar, casi tanto como sus manos sangraban de tanto rasgar el árbol con las uñas, sin siquiera saberlo. Las piernas de la niña, vencidas, chocaban contra el suelo sin pensar, sin sentir lo que estaba ocurriendo, un cuerpo alocado que no dejaba de tumbarse y retorcerse, que ya estaba empezando a rodearse por los vecinos preocupados, y la sirena de la ambulancia, y los gritos de la madre que ella podía oír perfectamente aunque sólo para pensar,  sólo para pensar en lo que podría suceder de aquí en más, y sentir desde lejos, pero para nada más.

Libertad encarcelada

"La cárcel es para la gente mala" le habría dicho alguna tía en sus épocas de niñez. Esa era la única cosa que tenía en la mente en ese momento, mientras sus pies se dirigían por primera vez a la celda que le fue asignada, donde dormiría junto con otros asesinos como él durante los próximos veintitantos años. Detrás de sus pies venían las botas del guardacácrel, quien lo sostenía con una mano sobre la nuca, inclinándole la cabeza hacia adelante, y con la otra mano agarrando la cadena que unía sus muñecas, completando una especie de círculo con sus brazos y su espalda.
De un instante a otro, un empujón lo arrojó hacia la puerta de una celda, igual a todas las demás. La puerta se abrió por el choque con el cuerpo, que quedó tendido en el suelo, dolorido.
"Levantáte maricón, ¿te gustó el viajecito? Porque la estadía en el hotel es mas linda todavía para los putos como vos."
"Se ve que hablás con conocimiento de causa."
"No te hagas el pelotudo. Acá no sos nadie, sos un número de mierda. Eso tenelo clarito, ya perdiste la libertad, pendejo."
"¡Y quién lo dice! Otro condenado. ¿O acaso creés que sos mucho más libre que yo?"
"Hasta mi perro es más libre que vos."
"Y seguramente que vos tambien. ¿O tu mujer se pondría contenta de que un día dejes de venir acá, a esta cárcel de mierda, a rodearte de los chorros y asesinos para cobrar tu huesito de cada mes? Entonces ¿Quién es carcelero de quién? ¿Quién prohíbe ser libre a quién? Yo, al menos, decidí matar al hijo de puta que maté.  Vos nunca decidiste nada."
"Yo diría que el hombre de azul que tiene un garrote en la mano y te está por cagar a palos es quien domina la libertad de un sorete sarnoso que está revolcándose en el piso."
"Seguramente golpearme será tu elección y no algo escrito en un puto manual de procedimientos que te obligaron a leer y estudiar cuando entraste a trabajar acá porque te estabas cagando de hambre, del mismo modo que si en el puto librito decía que me tenías que agasajar con unos panqueques ya estarías en la cocina con el delantalcito batiendo huevos."
"De hecho, estaba por empezar a batirte los huevos a patadas."
El oficial le pega tremendo puntazo directamente sobre los testículos. El reo lanza un grito ahogado, fuertísimo, y se retuerce para aguantar el dolor.
"Ya vas a aprender" dice el carcelero, y se da media vuelta, dirigiéndose con ligereza al baño de los oficiales. Ya se hacían las cuatro, y como todos los jueves le tocaba lavar la letrina.
El preso, aún recostado sobre el suelo, decide alzar su cabeza y mirar por la rendija de la mirilla que deja ver un pedacito del cielo. 
"Ya vas a entender" susurra.