martes, 8 de septiembre de 2009

Tito

Tito no vivía lejos de la estación. No podía ser que siempre llegara último, era una falta de respeto al resto del equipo. Por ejemplo, el Quique, se hacía como 7 kilómetros en bici y luego tomaba el tren, sin embargo siempre llegaba primero.
Ese día, mientras lo esperábamos, decidimos decirle a Tito en cuanto llegara que si se repetía esto una sola vez más, que se busque otro equipo, ya no podría contar más con nosotros. Una vez acordado esto, salí a fumarme un cigarro. Afuera no hacía frío, pero igual me subí las solapas del abrigo y hundí las manos en el bolsillo.
Tito nunca apareció, y nos dieron el partido por perdido. Varios lo llamamos durante el sábado y el domingo a la casa para pedirle explicaciones, pero nadie atendía, y comenzamos a preocuparnos. Con el correr de los días la situación comenzó a complicarse: Roberto, que era compañero suyo de trabajo, nos avisó que no había ido a la fábrica ni lunes ni martes. Yo personalmente fui a la comisaría a expresar mi preocupación, pero me dijeron que nada podían hacer hasta que no se cumplan no sé cuántos días más desde la última vez que lo vieron.

“Desde la última vez que lo vieron…”

Llamé urgente a todo el equipo para juntamos esa misma noche en lo de Roberto.
Fuimos llegando y sentándonos en ronda, mirándonos las caras. En la mesa fue donde empecé a notar algo extraño, Roberto había buscado las fotos viejas del equipo, desde que éramos unos pibes. Estaban todos los álbumes ahí, como esperando algo de nosotros. Yo pregunté desesperado: “¿ustedes recuerdan la última vez que lo vieron a Tito?” Carlos se paró y comenzó a caminar, de a ratos lo escuchaba detrás de mí, caminaba de un lado a otro de la habitación, respirando con fuerza. Eso era lo único que se escuchaba en toda la sala.
El primero en contestar alguna palabra fue el Gordo, que simplemente dijo - “Yo no me acuerdo”, y cuando yo le empecé a preguntar y repreguntar que cómo podía ser, el tono de su voz indicaba que aquí se terminaba la charla, ya se estaba poniendo su saco y dirigiéndose a la puerta. “¡Gordo!” - Le grité, pero ya estaba arrancando la moto.
El Quique estaba como abstraído en unas fotos, como explorando, y mirando, también, vaya uno a saber qué imágenes de otros tiempos. Yo me quedé observándolo a él, estaba totalmente abstraído, y yo empecé a enloquecerme. Miré a mi alrededor, ya se habían ido todos los demás. Hasta Roberto, se había ido de su propia casa.
“¡Quique:¿Qué pasó con Tito?” – le grité. Quique, por fin, comprendió las palabras y se paró de un salto. “Acá encontré la última foto de Tito” dijo, y me pasó con sus temblorosas manos un retazo de papel fotográfico amarillento, donde se podía ver la amplia sonrisa de Tito, contentísimo de haber recibido nuestro regalo, unos hermosos guantes de arquero para su trece años.