sábado, 23 de febrero de 2013

Máquina expendedora

Hoy está apuradísimo. Toma unas monedas del bolsillo, las cuenta, las suma, y las vuelve a colocar adonde estaban. Levanta la vista. La esquina redonda le devuelve un árbol viejo como único paisaje. El colectivo, ni por asomo.
La mano se desplaza por el aire, la camisa se arruga por el brazo, y el reloj se lo queda mirando. Los ojos de aguja se inquietan. Allí enjaulados poco pueden hacer para ayudarlo, más que dibujar redondeles con el dedo para que el tiempo no se olvide de transcurrir.
Y el tiempo puede olvidarse de uno (sucede esto con inusitada frecuencia) pero nunca ha de descuidarse de la debida sucesión de los intervalos. En este caso seguramente haya estado esperando largo rato que los pensamientos de nuestro hombre alcanzaran cierto nivel de profundidad antes de que se vislumbren por fin desde la esquina esas luces, esa trompa, la puerta lateral, las primeras ventanas, las viejas sentadas adelante, la inexistencia de asientos vacíos, la gente apretada, la otra puerta, más ventanas, más gentes agolpadas con la misma cara de madrugada y el mismo gesto de que todo suena a despertador.
El instante que ocurre desde el avistamiento inicial hasta el acto glorioso de inmersión en el colectivo pareciera siempre eterno, y demasiado riesgoso. Esta vez la desgracia se hace a un lado y no debemos esperar demasiado para tenerlo a nuestro hombre aferrado a los sujetadores, desacomodando primero a todos, refunfuñando luego el trayecto que atraviesa a los otros cuerpos contrincantes que le obstaculizan el avance irremediable hasta poder enfrentar por fin a la máquina expendedora de boletos.
Los ojos se ubican en la pantallita. Una mano automática recoge unas monedas, y apenas notifica el contacto, su brazo correspondiente reacciona de inmediato elevándose hacia la ranura.
Pero los ojos... los ojos están absortos. El cuerpo se petrifica también. Los viajantes gritan, preguntan, alertan, pero nada de eso sirve para afectar una mínima reacción del hombre hecho piedra. Las agujas del reloj serán las únicas testigos de cuánto durará de aquí en más la vida del pobre infeliz, cuyo cuerpo vegetal estupefacto no tardará de ser bajado del colectivo, y transportado en ambulancia a quien sabe dónde.
Pero en el colectivo, mientras tanto, el próximo de la cola podrá tener por fin acceso a la máquina expendedora, a colocar sus monedas, tomar el boleto, y dirigirse a algún asiento, cuidándose muy bien de nunca, nunca mover la vista de los zapatos, eludiendo el diabólico mensaje de la máquina expendedora, ese que si uno no lo evita, puede someterlo sugestivamente, como a nuestro malogrado protagonista, o como a todos nosotros nos sucede día a día, que cada vez que nos tomamos un bondi estamos conminados tristemente a indicarle a una máquina cuál es nuestro destino.

abcdefghijklmnñopqrstuvwxyz

áreas ausentes arenosas avecina avistaje
binoculares borrosos, barco brama bocina 
casas! cosas! clama capitán crepitando
diamantes!! despertar dormidos! descender! desatracar
embarcación! equipo exaltado enfila exterior 
fantásticas fábulas fúnebres... fantasmas fenecidos...
gorilas gigantes... Gente Grande ganará!
hordas herméticas herirán hondazos horrorosos...
indígenas invisibles intoleran irrupción intempestuosa
jinetes jamás justicieros, ¡juremos jaquearlos!
kimonos karatekas kilocalóricos, kaos kilométrico...
luna llena, llueve lluvia lacerante
mundo mítico, mundo material... muerte!
nadie navegando, nubes nepóticas nievan
ñus ñandúes, ñatos ñoquis ñoños...
ocaso oscuro, occidente oprime originarios
pueblos pelean, pero poderío pistolero
que quiere quitar quiebra quienes
resisten... Rompen ruinas, ritos, restos...
sabelotodos siempre significan su suerte
todo tiempo triste tiene terminación
ustedes usurpan umbrales, urbanizan universo
vejamen villano, vaquero vómito viscoso
"we will win"... win what?
xenófobos xenofobiando xenofóbicamente xenofóbica xenofobia!!
yo y yunta yaguaretés: ¡Yugo
zapatearemos! ¡zabandijas zanjaremos! ¡zambullámonos! ¡zumbémoslos!

viernes, 22 de febrero de 2013

Sapo

Un sapo va por ahí y se cruza con una hormiga que llora y le dice por qué llorás.
El sapo se queda mirando bien a lo sapo, y le dice por qué me preguntás si yo no lloro, si vos llorás.
Y la hormiga bien a lo hormiga va y lo encara, va y lo regodea, lo escala, lo arriba y lo rodea por la piel torciéndose las antenitas para maravillarlo, maravillar al sapo a medida que las lágrimas le caen y no le caen en cualquier lado sino en la verde y áspera piel de un sapo estupefacto, un sapo enorme y grueso que no entiende nunca nada, ni siquiera una pequeña y miserable pena de hormiguita.

jueves, 21 de febrero de 2013

Japa

Paja es eso de escribir unas pocas líneas, las mínimas necesarias para satisfacer la propia necesidad, el ímpetu vinculante de escribir, a cambio de ordenarse un poco, encauzar un tantito las ideas y ponerse a escribir alguna buena historia, o al menos un escrito que sea mínimamente respetable.
Doble paja es estar en la situación antedicha, y además ser conciente de ese estado, y avanzar a pesar de eso en el desarrollo de las representaciones esbozadas en el primer párrafo, sin disciplinarse un ápice para torcer el rumbo autocriticado.
Triple paja es sumarle a esa conciencia la tragicomedia de servirse de esos mismos fundamentos, de cada uno de los argumentos expuestos anteriormente, para armar un inútil pequeño relato de sólo tres párrafos, equivalentes a la tripleza misma de la paja, para seguir reproduciendo y reproduciendo ad eternum el germen de la pereza, esa impretérita e intocable paja fundacional.
Cuádruple paja es agregarle una oración más, a pesar de que no haya más nada que decir, y que para colmo rompa la estructura del cierre anterior, por el hecho vergonzoso de haberse quedado con ganas de un poquito más, siempre ganas de un poquito más.

medio medio maso maso

estoy medio medio
estoy maso maso
me parta un rayo
me parta un caballo
clavándome un diente
que no se le mira
si va regalado
regando la vida
a la vida rogando
rogando que me mate
que me mate mi vida
viviendo de muerte
pisando mis pasos
que paso por paso
da vuelta el zapato
me calza la media
me sube la calza
me mide la vuelta
huyendo de mí
cayendo en un pozo
saliendo caído
apoyado en el piso
reposado en el caigo
ni pozo ni mío
que anda caído
pisando al salir
oyendo escuchar
orejas calladas
de callos que oyen
silencios parlantes
callando cantando
sonidos mudos que se lavan
lavado sucio que no lava nada
si mil voces no dicen nada
si no paran de lavar con sucio
si nadie dice de las mil voces
si nadie dice nada
mientras tantos hablan de todo