Pido poquito. No puedo andar sabiendo quien soy yo, ni reconociendo lo que no. Veo a mis noches irse a dormir, de nuevo, y cada vez más nuevamente. Si recuerdo lo que viene entonces se me desoracionan las palabras, me vuelvo tiritante. Se de la posibilidad de esa visita tan frágil, tan plena que puede llegar.
Irse a dormir, penetrar por el riesgoso cristal en el que los soñadores se entregritan: ¡Convulsionemos este antro universal de materias y existencias, de objetos y sustantivos, de dedos indicantes que indican, sólo por haber indicables cuestiones por ser indicadas!
Y allí irán los roedores de destinos a transitar lo tenue, a transcurrir sus horas de luna apagada a través de un ligero filamento de felicidad imaginaria, de la bonanza de lo tácito como emblema de la fugacidad.
Hermosa, frágil, y charlatana. Así serás y moverás tu voz bailoteando alrededor de lo que haya.
Serás libre, harás lo que sea por ser lo que hagas. Y hablarás de besos, y cuando lo hagas te pido poquito.
Te pido en cada beso sus adjetivos decorativos, sus impulsos imperativos, sus dulces pronombres. Te pido de cada caricia su intención de avalancha, de cada murmullo su cincel de despojos, su lucha a muerte contra el destino y por el destino.
Y te pido también que yo pueda silbarle algo a la pequeña golondrina que llevás por corazón.
Entonces ya será tarde, se esfumará el sueño, y amaneceré por un cachetazo de sol caliente.
Habré olvidado mucho de tanto todo y ya nunca sabré por qué, aquel día de otoño, amanecí flotando entre las sábanas.