sábado, 1 de septiembre de 2012

En un pueblito donde una vez

En un pueblito donde una vez pasé unos días, durante un viaje que ya olvidé por completo, había una casona arrumbada donde la viejita que la ocupaba me decía tener adentro una máquina capaz de construir tiempo.
Como es de esperar, mi reacción ante esa imprevista confesión fue de un inevitable estupor inicial. A eso le siguió la inmediata petrificación de mis facciones, y la subsiguiente construcción de un escudo imaginario interpuesto entre la vieja y mi cara como vacuna ante el riesgo de contagio de tan insana locura. Aunque locura en verdad sería también imaginar que tal muralla invisible pudiera servir de defensa ante un ataque tan improbable como inexistente de propagación de tal curiosa mentalidad. Pero inevitablemente, en mi correlato interior, yo era un guerrero aguerrido, atrincherado, camuflado, asimilando los contornos de mi boca a una nueva forma, un nuevo trazo tan distinto del original, estableciéndose perpendicularmente en el plano de mi gesto anterior un nuevo ademán indescifrable, tal vez para parecer un loco más entre tanta demencia desparramada, y que entonces la requisa inevitable que los ojos de la vieja ya estaban practicando por todo el horizonte, incluyendo allí al rostro del relator, me obvie del paisaje, me ignore creyéndome parte ya del mismo, y que así toda aquella supuesta intención de fusionar conmigo a su ultrajada lucidez me dé por ya incuído, por ya cooptado previamente, y así me evada, me permita huir por un costado aunque por lástima fuera, me propicie el accidente un tubo de escape para huir flotando por una mínima corriente de racionalidad de aquel ejemplar de ancianidad piantada.
Estaba yo meditando todo esto cuando abro los ojos. Ni recordaba haberlos cerrado anteriormente. Mi mano, alzada, acababa de golpear la puerta de una casona arrumbada. Sale una vieja con pinta de perturbada y se me pone a hablar.


Preguntándole al Lobo

Cuál es tu ferocidad, Lobo, te ha de preguntar
la lengua desacomodada en mi boca
mis encías rellenas de sangre
mis dientes atornillados
apretando al cuchillo que llevo
con el que he de acuchillar
hiriendo a muerte a tu proceder

Lobo feroz, Lobo sediento
Lobo antioveja
te voy a preguntar
consultas filosas
que rajan tus demonios
a tu infierno entrevistado
y tu furia, y tu ferocidad
asomarán hirviendo
culpables de sí mismas

y ya entre mis muelas coronadas nace mi juicio
escupiendo el veredicto inquisidor:
Efímero Lobo de la luna
por qué vos Lobo confundido, pero Lobo de verdad
en vez de volarle el rancho a los chanchitos
(gorditos simpáticos de grasa
antihéroes mamíferos del ganado)
no se lo volaste al Cazador
(alienado fascista antipueblo)
a la Caperuza
(histérica putilla de los montes)
y a la Abuela que los parió

Yo te puedo

Yo te puedo escribir un poema
y te puedo recitártelo en la oreja
pero si no te puedo recitártelo
si no te lo puedo teledirigir en un susurro
o estampártelo con unos besos dondequieras
pues entonces no te puedo escribírtelo
no se me sale la tinta
al no poder concebirte
desnuda, entera, enredada contra mí
movilizadamente inmóvil
ni olerte no podría tu perfume
aroma de jazmines bajo tu oreja
secreto guardado por una abeja a quien sólo yo conozco
la única ella que puede husmearte el polen
robártelo un poco y construir la miel más rica
la que empalaga con tu gusto
la que con tu sabor me saboriza a mi conocida la abeja
pero sin husmearte
sin zumbarte
sin visitar tu jardín
no hay abeja saborizada
no se le mueven las alitas
y no me acuerdo yo entonces cuáles eran las letras esas
las que se encontraban mientras tanto en cada esquina
en cada escondite de tu piel
y se reunían formando las palabras mejores
las que describían el trazo
el dibujo de tu labio
besando y sonriendo