Internado en su enorme boca, que se mueve con mis pasos, entre sus dientes que me mastican, entre sus colmillos clavados en fila, a cada grieta de mi abrigo.
Por allí me ataca el enorme mastodonte sádico, fanático de las rendijas que le ofrecen los ropajes de los solitarios como yo. Cada fisura convertida en un frioducto que abre paso entre mí y su garganta helada. Enseguida entromete sus trompas de marfil, y me las clava y me muerde más, me hiere con sus venenos de magia negra que transmutan mi piel erizada en una chapa fina que envuelve mi organismo inútilmente.
Sólo pienso en llegar a casa, sólo pienso en llegar a la estufa.
La Estufa.
Voy a presionar todos los botones. Voy a accionar todas las palancas.
Atacaré al monstruo bárbaro con todos los mecanismos previstos por la estufa para derribar su dentadura. Y algunos dientes caerán. Otros no. Ninguna combinatoria de interruptores me devolverá esa mirada cómplice para que el corazón siga tiritando aún, ya no de frío.