viernes, 27 de julio de 2012

Hoy me pasó


Un viejo en el subte se me acercó hoy y me pidió una manera.
Yo venía distraído mirando cómo pasaba la velocidad por la ventanilla, y no reparé en esa propuesta extraordinaria del tipo, si bien escuché manera y entendí manera, mi cerebro transformó todo de la oreja para acá y ya estaba metiendo una mano en el bolsillo para facilitarle unas moneditas al viejo, automáticamente el viejo también movió su brazo y me mostró el plano de su palma, no no, me dice, no busco monedas, busco maneras pibe, me dice eso el viejo y mi mano se queda atrapada en el bolsillo, y yo atrapado en mi asiento, atrapado en esa escapatoria a las convenciones, en esa extraploación a lo dado, sin saber lo que hacer, intimado, asediado por su búsqueda.
No te sobra una manera para un pobre viejo? me vuelve a preguntar, ya bastante desganado, con la seguridad de haber errado al escoger al interrogado, y se va caminando con pesadez y me quedo yo ahí boquiabierto, inmóvil en ese frigorífico subterráneo que me llevaba al matadero.

Habladurías


Qué poco interesante es uno que no lo es. Se me hace un lagarto en la cabeza que me lengüetea lo que dije. Me borra lo que ya hablé y su saliba blanqueadora deja mis anuncios, antes opacos y sombríos, ahora traslúcidos e intocables. Qué oreja podría rozar mis sumbidos ahora, lagarto maldito, lagarto líquido, que ahora el aire es arena, y donde había comunión ahora hay desierto. Qué pesado se me hace el piso que ya no lo puedo levantar más, no me puedo levantar del suelo jamás. Brindo desde aquí entonces por el subsuelo y por el cielo, los dos panes que me ensanguchan para hacerme saboreable, y brindo por todos ustedes, que me rodean como trozos de lechugas, como rodajas de tomates, o como vos dulce compañía, que sos un pepino pero me importás mucho más que eso.
Las estrellas de sésamo se van cayendo sobre nosotros, como lluvia de meteoritos que vienen alegremente a nuestro encuentro, a hacer algo con nosotros, regocijarnos, acongojarnos, quién sabe, pero alguna cosa al menos, ahora somos vos pepino y yo y alguna estrella desmedida entre nosotros.
Y el sésamo estrellado contra el subsuelo se esconde, las palabras mágicas salen de tu boca, las palabras obvias de la mía, ábrete sésamo, ábrete para nosotros dos, y el sesamito obediente se construye un surco, se riega de risa, se siembra se cosecha solo, y toda esta parafernalia hace crecer pastito de pistacho a mi lado, y hace florecer chimichurri cerca tuyo, y yo corto un ramito para vos, un ramito de chimichurri que te coloco detrás de tu oreja de pepino, y te reís más, te parece graciosa la verdura, me río también, como si no lo fuéramos.
Qué bien se la pasa acá, en este pasillo alimenticio, bajo esta bruta luna de limón, agridulce luna para mi gusto, pero que te hace más lunática, más agradable a vos para la degustación final, para la mordida del futuro paisaje ajeno, del futuro hecho diente, la muela corona de oro, reina de los mundos, el sol odontológico que a mordidas nos recordará que aún el mundo es un simple sánguche, que nuestro encuentro de ensueño era solamente para su caprichosa delicia casual, entre mate y mate, entre bizcocho y bizcocho, un sanguchito para el alma, supongo que dirá, antes de tragar.

jueves, 12 de julio de 2012

Pelea

¿De qué estamos hablando? Tuve como un cortocircuito mental, un abismo en la continuidad de la charla y me quedé en blanco, desconcertado. Vuelvo como de un desmayo y analizo mi situación actual, la geografía de la conciencia, mi nueva conciencia que me brinda datos contextuales que me ayuden a escapar de esta bóveda húmeda de mi turbación. Veo tu rostro, tus ademanes, no se quién sos pero veo tu boca balbucear algunos sonidos, veo tu cuerpo encogerse de hombros y extender un brazo, y a su vez con el brazo abierto y medianamente torcido por el codo veo aparecer también tu mano y subextender análogamente el dedo índice de forma amenazante, moviéndolo de acá para allá en alguna simbología que no alcanzo a comprender, me siento fuera de tu cultura, y vos seguís moviendo el dedito como abanicando al aire, tratando de enfurecerme o entristecerme o hacerme cambiar de algún modo de parecer, pero a mí no me parece nada, sólo siento una extrañeza en el aire, como un viento torpe emanado por tu dedo que se acelera hacia mi cara pero con mi otra mano lo encierro al viento como si fuese una empanada, lo tengo ahí amordazado sin dejarlo ni siquiera expresarse como brisa, y te sigo mirando a la cara, es lo único que entiendo, tus ojos apretados contra la cara, y sobre ellos tus cejas intermitentes, inestables, que me invitan a profundizarme más, adentrarme aún más en ellos, y así es que con mi mirada entro por el seco fondo de tus pupilas, mientras tu lengua sigue parloteando no se qué, primeramente creo que estás hablando muy bien o muy mal de mí, luego creo que ni siquiera estás hablando, porque veo sobre tu mejilla viajar una gota, y esa gota no es otra que la primera lágrima de una gran desdicha; si conoceré yo a esa lágrima; si no habrá sido también mi rostro anfitrión durante tanto tiempo de ella y de tan conocedora de mi cara ahora ella se ha aburrido y fue a visitar a mis semejantes, y no cualquier semejante, ¡semejante semejante! eso me sale decir, una imbecilidad propia de mí, una ironía absurda que nada agrega, nada colorea a tus palabras que siguen hablando por sí solas inútilmente, que si hablaran decorosamente de mí, en mis orejas rebotarían, ya están hartas de tal palabrerío, los elogios no suenan a nada nuevo y tus alabanzas no son otra cosa que ilusiones engañosas; pero si hablan mal trataré de prestar atención porque ahí sí que siempre tu garganta encuentra una veta, una expresión nueva y creativa para explayar esas combinaciones de letras, palabras y párrafos de la forma más hiriente posible, para que la lágrima no se te quede en el medio del cachete, para que complete su curva tomando envión y saltando de nuevo hacia mi cara, y entonces exclamemos vos o yo, cualquiera, alguna frase prefabricada de pelea, gritándole el uno al otro cosas como ¿Me mentiste? ¡Ah si! ¡No me extraña! cuando en realidad ninguno estaba escuchando a nadie, sólo estábamos mirando igualmente desconcertados el techo, o el suelo, poco importa, ambos siguen igual, igual de vacíos como el primer día.