domingo, 26 de abril de 2015

Compuertas

Lucía Buenos Aires como el túnel por donde viajan de noche las almas.
Lucían sus compuertas como el incurable tránsito por donde habitan sus soledades.
Lucían mis pensamientos como oraciones que nunca terminarían.
Pero Buenos Aires por la noche dispara su música a los disparatados que la caminan.
Y yo que siempre voy armado de libres albedríos, sólo ido en mi ir, hasta que veo oscuro, y entro.
Sonaban en aquel bar unos ritmos posmodernos cuyos bailantes encarnaban el veredicto de todo juicio al movimiento humano. Tales destrezas emanaban los cuerpos danzarines, como petunias agitadas por el imperio del viento sur. A lo dioses gracias, también imperaba cierta circunvalación en mi mirada. A la suerte gracias, hallaron mis ojos ese rincón de la noche, ese bolsillo nocturno en donde se albergaba lo infalible todo.
Hallazgo de la pulsera y sus eslabones. Hallazgo de un tierno escudo sonrojado. Hallazgo de lo más pájaro de los cantos, como embriones enrolándose para la vida, como el secreto del movimiento de la marea, que me marea los movimientos más secretos.
Mis frases favoritas jugaban en la punta de mi lengua acalambrada de miedo. El comité de lo invisible enajenándome el azúcar en sangre, Lucía y sus rayos equis distantes y yo tan mermelada de durazno, asediado por los objetos de alrededor persuadiéndome ante cada posibilidad, y Lucía jugando a comerme el corazón. Yo infringiendo en la indiferencia, y Lucía siempre sabiendo que con la comida no se juega. 
Lucía dientes de puñal, y yo a los manotazos palpitando mis pálpitos últimos, ante ese final demasiado en marcha para enfrentarlo, ante mi tenue destino de panza como pelusa, ante las ráfagas de Buenos Aires y sus metralletas de fuego.